Tenebre es una película tan mala
que resulta simpática y divertida de ver.
Es un giallo de Dario Argento:
así que vayan preparados para un argumento que no tiene ni pies ni cabeza, un
guión trufado de frases que ya habrán oído, mujeres que salen y entran a la
ducha y chorros de pintura roja a modo de sangre.
Trata sobre unos asesinatos, un
libro de asesinatos y el autor del libro y un harem de mujeres que se duchan o
son asesinadas.
Les contaré mi secuencia
favorita:
Una quinceañera es abandonada por
su novio motero en una sombría aunque lujosa urbanización. Un doberman pega un
susto a la chica ladrando detrás de una alambrada. La muchacha da un golpe con
un palo a la valla. El perro, la mejor interpretación de toda la película con
diferencia, se lo toma como algo personal y salta la alambrada y se pone a
perseguir a la chica. La chica huye campos a través (¿antes he dicho que era
una urbanización de lujo? Da igual, ahora son descampados). Para salvar la vida,
la chica escala vallas de dos metros que el perro (o el doble del perro) salta
sin dificultad.
Huyendo de ese “sabueso de los
baskerville” (la mención no es al azar), la chica va a dar con la guarida
secreta del asesino de la trama. Y logra entrar en la guarida porque el asesino
se ha dejado las llaves en la cerradura… ¡por favor!
Allí dentro intuye que aquello es
la guarida del asesino y se mete en el bolsillo fotos y diarios del malvado
(porque el malvado hace fotos y toma notas para ir dejando pruebas, digo yo) y
huye por un pasillo secreto que da al interior de la mansión de lujo. En la
casa, la sorprende el asesino que, lejos de ir con pantuflas y pijama, viste
como cuando asesina y lleva en la mano la navaja de asesinar… la chica huye por el jardín, el asesino la
persigue, ella le lanza las fotos y los papeles que le ha robado hasta que tropieza,
cae y el asesino la asesina con un hacha (¿no les he hablado del hacha antes? Disculpen,
yo tampoco la había visto…).
Otros detalles que conviene no
perderse tiene que ver con el clima. Como cuando se pone a llover a cántaros de
repente o cuando, en lo que algunos dirán que es un fallo de racord, una charla
por un pasillo iluminado por la luz del mediodía pasa de repente a ensombrecerse
por la luz del atardecer sin razón alguna).
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