Hay un lector que viene a la biblioteca a leer de forma
secreta libros de Ana Casanovas.
Y digo secreta porque bien podría llevarse los libros a su
casa, como hace con otras novelas. Pero prefiere que no quede registro. Y
mantengo que es una lectura secreta porque esconde el libro que está leyendo,
para que no se preste en su ausencia.
Es un señor discreto al que nunca veo entrar. De repente ya
está en la butaca más alejada, al lado del estante de teatro (zona poco concurrida como ya habrán deducido).
Cuando doy una ronda de reconocimiento, o voy a buscar una petición, o
simplemente cuando coloco libros, el hombre ya está allí, leyendo. A la hora de
cerrar lo veo irse mientras despego a los cazadores de novias rusas de los
ordenadores.
Nuestro lector secreto lee agarrando el libro con las dos
manos, con los codos en los brazos de la butaca y adoptando una postura algo diagonal en el
asiento, con las piernas bien estiradas. No viene cada día, sino dos o tres veces
a la semana. Pero se sienta en la misma butaca. Su lectura, para que no se preste
en su ausencia, la deja escondida detrás de las comedias clásicas de Aristófanes
y las tragedias de Esquilo (¿Quién
irá a buscar algo allí?)
El otro día #lajefa,
tras años de quejas por mi parte y del resto de compas, decidió mover algunas
materias a fin de aligerar el oprimido estante de novelas. Tomó la decisión de
repente y se puso al trabajo de inmediato, y de inmediato lo abandonó para atender
otra cosa… El caso es que las obras de Ana
Casanovas sufrieron un traslado temporal que las dejaron en un limbo espacial.
Parece que ese traslado ocurrió justo el día de “cambio de
libro” para nuestro lector secreto.
No sé si anticipan la tragedia…
El buen señor se debió de plantar ante el estante donde toda
la vida había encontrando libros de Ana
Casanovas y allí… ¡no había nada! Nada…
Se me presenta en el mostrador con el Marca en la mano y dice:
- Mi mujer pregunta dónde están los libros de Ana Nosequé. Casanovas,
dice.
Deberían haberlo visto para apreciar esa interpretación: el
aparente desdén con el nombre de la autora, la mención a una esposa no presente,
y el detalle del atrezo, con un periódico deportivo bajo el brazo. ¡Un Oscar de
la Academia ,
por favor!
Como sé que aman los happy
ends, les contaré, a modo de bonus,
que le indiqué donde podía encontrar los libros de Ana Casanovas. Y me ausenté al baño para que pudiera agarrar su próxima
lectura y empezar a leerla ya, o esconderla tras los libros de teatro griego clásico.
._.
Let them read
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