Un sábado de buena mañana, al poco de abrir,
acompañé a un turista neozelandés al estante de “Aprendizaje de idiomas”. El
caballero, enrojecido por el aún caluroso y playero otoño que padecíamos,
quería aprender castellano. Lo dejé allí, murmurando “okei” y “fanthástico”
mientras hojeaba cursos de autoaprendizaje y finísimas adaptaciones de clásicos
de la literatura castellana.
A los pocos minutos, un senegalés con nombre de
consola de los 90, que llevaba en el pueblo más de media vida y hablaba un más
que correcto castellano, se plantó en el estante de “Aprendizaje de idiomas”.
El senegalés quería aprender inglés.
Empezaron a hablar entre sí.
Se produjo allí, apreciados lectores, ese encuentro
cultural que hace humedecer los ojos de emoshon a todos los que promulgan que
una biblioteca no es, sólo, un sitio con libros, sino punto de encuentro
cultural y adalid de la cohesión social e intercultural. Esa singular pareja
realizó un intercambio de datos de cara a, quizás, unos futuros encuentros
lingüísticos en beneficio mutuo. Y quizás, porque no, una afable amistad.
Resumiendo, que cualquier político con potestad
cultural, hubiese pagado su fortuna para poder colarse en ese momento y tomarse
un selfie con ellos y lograr gran viralidad en las redes sociales (o lo que
antes se denominaba: colgarse una medalla) enarbolando la bandera de la
importancia de las cosas culturales. La biblioteca, que como sabemos es una
inversión y no un gasto, (algo que se olvida cuando se han ganado las
elecciones) acababa de lograr un encuentro de civilizaciones.
Dejen de leer ahora si el valor de este instante les
ha conmovido y no quieren que la realidad se lo arruine.
Un jubilado que viene todas las mañanas a leer SU
periódico (y digo SU porque el hombre se trae su propio periódico, como señal
de protesta porque la biblioteca no está subscrita al periódico que él lee),
ese jubilado, decía, masculló un “A veure si calleu” (A ver si os calláis) con
tanto odio que hasta el ficus de mi mesa ha perdido una hoja.
Ya
les dije que la realidad tiende a arruinar todo lo bonito.
Holy shit el ficus
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