viernes, 22 de noviembre de 2019

Serrucho


El "Serrucho" en una de sus tardes negras generando errores.

👉 Serrucho (Sierra) es el programa de gestión de biblioteques de la Xarxa de Biblioteques Municipals de la Diputació de Barcelona.

👉👉 Antes de Sierra, se usaba Millennium (y aún se usa en la mayor parte de biblioteques de Catalunya). Los 2 son de la misma empresa; así que no se sientan afortunados por usar una edición vieja de un programa cuya versión moderna sigue dando errores...

domingo, 17 de noviembre de 2019

Salem’s Lot (en el cine)


La primera adaptación de “El misterio de Salem’s Lot” fue en 1979, en formato de miniserie (2 episodios) para la televisión. Parece que tuvo un éxito importante y se recortó su metraje para estrenarse también en cine. Eso, y el extraño cambio de nombre de la versión en cine, provoca algunas confusiones. Veamos:
El misterio de Salem’s Lot (Salem’s Lot; 1979) de Tobe Hooper (184 minutos)
Phantasma II (Salem’s Lot: the movie; 1979) de Tobe Hooper (112 minutos)

La película/miniserie tuvo una secuela:
Regreso a Salem’s Lot (A return to Salem’s Lot; 1987) de Larry Cohen

Y años más tarde, hubo un remake
El misterio de Salem’s Lot (Salem’s Lot; 2004) de Mikael Salomon


Salem’s Lot (1979) por Tobe Hooper
El actor principal del film es James Mason que interpreta a Straker (lo que obliga a darle mucha más importancia, escenas e incluso diálogos extra). James Mason no se parece en NADA a la descripción que hay en el libro. Diré que el Straker de Mason recuerda a Arias Navarro.

Españoles, Franco… ha muerto

El escritor protagonista, Ben Mears, lo interpreta David Soul (famoso en la época por hacer de “Hutch” en la serie “Starsky & Hutch). 
Y hay un par de papeles secundarios para dos GRANDES secundarios del cine noir de antaño: Marie Windsor (Eva Miller) y Elisha Cook Jr (Weasel).

Al resto del reparto no lo conozco.

Pese a las 3 horas de metraje, las 500 páginas del libro no caben. 
Se eliminan relaciones entre personajes (Mark Petrie nunca es víctima de bulliyng).
O personajes enteros son borrados de la historia: no aparece la BIBLIOTECARIA (en el libro llega abrir la biblioteca en domingo y le trae, personalmente, los libros al profesor cuando está en el hospital).
También se producen “fusiones” de personajes, la más destacada es que el padre de Susan Norton es (también) el doctor de la historia (Jimmy Cody, en el libro). 
Larry Crocket, el de la inmobiliaria, es el que tiene una aventura con una mujer casada y sufre la ira del marido.

A la ya mencionada poca similitud entre el Straker de la película con el del libro, se suma la del vampiro líder, Barlow. En la película no recuerdo que tenga frase alguna y su aspecto es un -deliberado homenaje- al Nosferatu de Murnau.

Con las prisas de la película se producen situaciones extrañas: Ben Mears conoce a Susan y la invita a cenar. Pero la cena se produce en la casa de los padres de ella. O_O (porque hay que presentar al padre-médico).
Mark Petrie ve como Marlow mata a sus padres (chocando sus cabezas) antes de aliarse con Ben Mears para matar vampiros.
Y la diferencia más chirriante es que Ben Mears mata a la Susan-vampiro en el presente, es decir, dos años después de la acción (en el libro, el jefe vampiro es el último en morir).

Lo mejor de la película es que te fija las imágenes producidas por el libro.

La casa de los Marsten

Lo peor es, al menos para mí, que como película resulta bastante larga y algo confusa. Tiene incrustadas algunos “sustos” propios del cine de terror: ataques inesperados, rostros vampíricos que aparece de la nada,...
Y los efectos especiales fallan (vistos hoy) en el movimiento de los vampiros. La primera aparición del niño vampiro arañando los cristales de la ventana desde fuera, es inquietante y bien lograda, pero su “vuelo” (a empujones de brazo de grúa) resulta algo cómico.

Lo que funciona en el libro no funciona en la película
Cuando el tipo de la funeraria está enterrando al chico, en el libro se cuenta cómo él cree que el niño tiene, dentro del ataúd, los ojos abiertos y le está mirando fijamente. Ante eso no puede resistir y decide abrir la caja. En la película el tipo se queda mirando el agujero de la tumba largo rato hasta que salta dentro. El monstruo parece él, no el niño que hay dentro. 




 Salem’s Lot (2004), por Mikael Salomon

A ver, la película dura 3 horas y la vi un domingo tras una comilona. El día anterior había visto la versión de 1979 y dos días antes había terminado el libro. Así que conociendo la historia y en horas de siesta lo normal es que me hubiese quedado traspuesto. Como soy profesional no contaría eso y si lo saco ahora es precisamente porque no me dormí. Vi la película de una sentada y sin estar mirando el reloj cada dos minutos.
Así que por sorprendente que me resulte afirmar esto: la versión de 2014 debe ser algo mejor. O al menos mantiene su interés aún conociendo la trama.

El actor principal es Rob Lowe que no resulta para nada creíble como escritor. Quizás porque no le vemos escribir nunca. Tiene una escena delante de un portátil pero ahí no escribe, descuelga el teléfono. Aceptamos que Rob Lowe es Ben Mears.
Donald Sutherland interpreta a Straker (cielos, Sutherland TAMPOCO se parece en nada a la descripción de Straker que hay en el libro) pero se limita a hacer de… Donald Sutherland. En los últimos 15 años, o así, Donald Sutherland hace el mismo papel en muchas y variadas películas. Da igual qué haga, siempre lo hace igual: un tipo poderoso, algo malvado pero que resulta atrayente y simpático.
Su Straker es tan ambiguo que cuando Mark y Susan entran en la mansión Marsten y Staker les pregunta si vienen a robarle, se me pasó la cabeza un giro inesperado que resultara con un Straker inocente. 
En esta versión el Barlow sí habla y luce como una persona normal. Lo interpreta Rudger Hauer en uno de esos ejemplos de actor talentoso completamente desaprovechado en su rol.
El último rostro conocido (para mí) es el del siempre alto James Cromwell, que hace de padre Callahan.

Hablemos del padre Callahan y de cómo Ben Mears lo lanza por una ventana. Porque así es como arranca el film. En el hospital Ben le cuenta a un camillero de urgencias toda la historia en flashback.
Anoche soñé que volvía a la casa de los Marsten

Lo que hace entretenida esta versión es la notable presencia de secundarios del libro. Aparecen el conductor de autobuses que abandona niños que molestan. Aparece la madre teen con un bebé maltratado (aquí nunca queda claro quién pega al niño. Si es ella -como queda claro en la novela-, o el padre); por cierto, la madre teen tiene un lío con el médico, Jimmy Cody, en una clásica fusión de tramas. También aparece el tipo del vertedero al que le gusta una chica que no le hace caso (aquí es la hija del tipo de la inmobiliaria).
Otras curiosidades:
Mark Petrie no tiene padre (así que Barlow no puede matar a los padres Petrie chocando sus cabezas) y tampoco sufre bullinyg.
Susan Norton trabaja de camarera (¿?) en el café de su madre (¿?). La Sra. Norton no conoce a la Sra. Glick (madre de los futuros niños vampiros) pese a regentar ella otra cafetería. ¿Cuántas cafeterías hay en Salem’s Lot? Uno creería que no muchas. Pues las propietarias de estas dos no se conocen.
Y en este Salem’s Lot es invierno. Toda la película está rodada con nieve y hielo.
Y la más chocante de todo tiene que ver con el viejo profesor Matt Burke. Aquí no es viejo y no resulta para nada creíble que haya sido profesor de un Ben Mears niño.

También hay cambios innecesarios en el pasado de Ben Mears. Cuando Ben-niño entra en la casa de los Marsten y ve -o cree ver- a Marsten colgado de una soga. Aquí no sólo lo ve sino que asiste a su suicidio por ahorcamiento. Encima, en la casa hay un bebé robado que Ben oye llorar toda la noche. Y se lamenta, de adulto, no haber sido lo bastante valiente para salvarlo. 
Esta añadidura tan extraña comporta un apéndice que roza el ridículo al final. Una Susan ya vampirizada hace un largo discurso a Ben contándole que el bebé ya estaba muerto así que él no podía salvarlo. La Susan-vampiro lo sabe porque ha consultado los archivos médicos del caso. No sabemos si antes o después de ser vampira. Aquí, como en la versión de 1979, Barlow muere antes que Susan.

Cuando Barlow obliga al padre Callahan a beber su sangre (tras matar a la madre Petrie chocando su cabeza con la nada), aquí se supone que Callahan se convierte no sólo en medio vampiro, sino que es el nuevo líder. Y por ello al inicio, Ben Mears intenta matarlo tirándolo por una ventana.

Si este final es extraño, más lo es la coda final, en que un cabreado Larry Crocket (el de la inmobiliaria) acude al vertedero dispuesto a matar al quasimodo Dud porque ha secuestrado a su hija. Y la hija lidera un grupo de zombies de vertedero que no quieren la sangre del padre, sino su carne.
Leo lo que escribo y no parece que la película sea buena, ni mejor que la versión de Tobe Hooper. Pero a juzgar por su capacidad de mantenerme atento, debo afirmar que sí. 

viernes, 15 de noviembre de 2019

El mejor regalo


Vino una abuela a hacerle el carné de la #biblioteca al nieto (en secreto). 
Pudo regalarle 1 libro, pero decidió regalarle la posibilidad de elegir... o de leerlos TODOS. 

martes, 12 de noviembre de 2019

¿Borrar registro?

El otro día vino una señora y me tendió el carné de la biblioteca.
-Vengo a traer esto.

No traía libros, ni revistas, ni películas, ni música ni nada de lo que las bibliotecas prestamos. Venía sólo con el carné, y ya lo traía en la mano en cuanto cruzó el umbral. 
Pregunté por qué, aunque ya sabía la respuesta.

Hay gente que entra en la biblioteca y te enseña el carné como si fuera un pase VIP. 
-¿Puedo entrar? Tengo carné de la biblioteca de Tal.
Cuando estoy chistoso respondo:
-Puede entrar y luego podrá salir.

O hay quien se detiene ante el mostrador y se pone a hurgar en el bolso o entre las múltiples tarjetas de la cartera.
-¿Puedo entrar? -rebuscan y te hablan sin mirar.- No encuentro el carné pero yo me lo hice hace ya algún tiempo en…
-¿Entrar? Pero si ya está dentro -digo entonces. 
Dejan de buscar y me mira desafiantes. Y entonces les explico que pueden entrar, buscar el sitio más cómodo que les parezca y permanecer en él hasta la hora de cierre.

La señora me tendió el carné y dijo lo que yo ya sabía.
-Ha muerto.

Recibí el carné al modo japonés (con las dos manos). Musité una fingida sorpresa (no fue una sorpresa) y un tenue lamento de cortesía.
No conocía a la señora, ni al fallecido, pero un “lo siento” respetuoso cerró la conversación. Ella dio media vuelta y se fue (es de agradecer que no detallara la agonía del finado ante un desconocido). Y yo me quedé con el carné del usuario.
Ex usuario.

Nació en 1928. Y a lo largo de los 10 años que tuvo carné sacó una media de 10 ó 11 libros al año (uno por mes). Esto lo cuento a efectos estadísticos, que sé que les gusta.

Para LaJefa este sería un usuario poco útil. Se lleva pocos libros y no participa en las actividades. No como la señora T. Un día aparece LaJefa y dice “la señora T se está quedando ciega” y luego añade lo que para ella era lo verdaderamente alarmante: “¡La señora T se llevaba muchos libros!” 
Que traducido quiere decir: las estadísticas de préstamo van a bajar porque la señora ciega no se va a llevar libros. 
Quizás les sorprenda esta “mercantilización” que hace LaJefa de la gente; pero al igual que el Sr. Scrooge ella no tiene corazón, sino un formulario que debe rellenar.
Aunque el señor fallecido hubiera sacado un solo libro de la biblioteca en toda su vida, eso ya hubiese valido para la biblioteca.
Quizás se sacó el carné de biblioteca para, ahora que tenía más tiempo, dedicarse a la lectura. Quizás ese primer libro iba a ser el primero de muchos que pretendía leer. Quizás vino a buscar ese libro del que todos hablan y él no quería quedarse “offside” en la vida. 
O quizás ese primer libro fue uno que había leído de joven… Quizás se lo prestó alguien muy querido o quizás lo leyó en el colegio y nunca lo ha olvidado.
Múltiples razones, múltiples posibilidades, múltiples vidas desplegadas en un instante. Universos paralelos imaginados.
Sacó ese primer libro y luego, unos cuantos más.

Y ahí estaba yo, con su ficha en la pantalla del ordenador y el carné de biblioteca en la mano. Y el cursor en eliminar registro.
Así de simple: eliminar registro.
(Hay que reconocerle al Serrucho cierta humanidad ya que la opción no era “eliminar persona”).
Pasé varios minutos así.
Por suerte mi compa hizo prestamos, devoluciones, renovaciones, un carné nuevo, mando callar a unos firulais, contestó varios mails que debería saber/poder contestar LaJefa por sí sola y estuvo pensando en sus cosas… Todo ello mientras yo estaba varado con el carné del señor fallecido en una mano y el cursor del ratón encima de “eliminar registro.”


En una sociedad impersonal y moderna la diferencia entre la vida y la muerte es un simple clic en una casilla de un registro.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Cuando el banco tiene demasiado dinero

Lunes 9:00 a.m hago cola en el banco. Hay 5 cajeros automáticos vacíos y 7 personas haciendo cola para ser atendidas por el único cajero (humano) al otro lado de un mostrador.

Como la gente no hace cola en orden de llegada, sino que se acercan a saludar a un conocido en la cola, van a sentarse, van hacia el mostrador “a hacer una consulta solamente”, se produce el habitual caos de “es usted el último? No es ese muchacho.” Y las quejas genéricas de: “deberían poner más gente”.

Delante de mí va una muchacha con media docena de luminosas pegatinas en su smartphone y unas zapatillas que debieron ser rosas cuando las compró, pero que ahora se van sucias y gastadas. Detrás de mí, un muchacho que lee árabe, dando LAIC a fotos de mujeres acaloradas en la pantalla de su smartphone. Sé que lee en árabe porque el poco texto de las fotos de las muchachas acaloradas va de derecha a izquierda.

Soy incapaz de concentrarme en el podcast que escucho así que paso al plan B, que es una selección musical escuchada ya mil veces. Debería actualizarla, pero me da pereza. Una señora mayor se cuela hábilmente y cuando alguien gruñe, la señora se deja caer en la silla vacía y explica, a quién quiera saber pues no se lo dice a nadie en concreto, que ella ya estaba en la cola pero que “he salido un momento a comprar el periódico”. Lo saca de su bolsa y lo despliega, reafirmando que es SU periódico y que a diferencia de nosotros, pobres desgraciados sin nada que leer, ella se ha procurado lectura para la larga espera.


Hay un murmullo de oficina y un crisol de olores. Cuando se abre la puerta todos los que no estamos pendientes del smartphone miramos quién entra; no fuera a ser un atracador. En estos tiempos que corren, toda precaución es poca.


No se ha hecho muy pesada la espera cuando llega mi turno y me acerco al mostrador. Me saluda. Saludo. Despliego los papeles pero antes de explicar nada noto que no me está escuchando. Estoy tan acostumbrado a ser ignorado que a veces pienso que mi fantasía infantil de volverme invisible se ha producido finalmente.
-Un momentito -dice el tipo-. Es que hay demasiado dinero.
-¿Demasiado dinero? -pregunto yo con cierta ironía-. Vaya, problema ¿no?
-Luego la máquina se atasca -me informa.
Se refiere a la máquina a su derecha que expele mágicamente billetes cuando alguien le pide un reintegro. La máquina se pone a hacer un ruido frenético. Y asoma un sinfín de billetes verdes. El tipo agarra una goma elástica y tras darla de sí, monta un fajo de uno siete u ocho centímetros de billetes de 100 €. La máquina vomita luego billetes de 50. El tipo hace con ellos otro fajo doblando la goma elástica a lo horizontal y a lo vertical del fajo. Queda un compacto ladrillo billetero. Luego toca el turno de los billetes azules, de 20 euros. De mientras, el tipo ha sacado de algún lugar a ras de suelo una cajita de cartón. Pone en la caja el fajo de 100, el de 50 y el de 20. Y espera el último fajo, que no es de 10 sino una macedonia multicolor verde, azul y amarillento-anaranjado. Con los cuatro fajos en la cajita de cartón el tipo se levanta, da un paso hacia un armario a su izquierda y lo abre (sin llave, ni combinación secreta, ni PIN, ni lectura de iris ocular). Mete la caja ahí y vuelve para atenderme.

Cuando se ha levantado me he fijado horrorizado en el lamentable estado de su silla. Asoma la espuma por tres o cuatro lugares del asiento y el reposa espaldas se ve claramente torcido. Parece que no hay dinero para sillas nuevas para los empleados.

Un señor en la cola sigue con sus exclamaciones vacías de queja generalizada. “Se tira media hora con cada uno” ó “Antes había uno que iba más de prisa”. El cajero reacciona con leves murmullos “hay que ver”, “lo que hay que oír”. Es todo lo que puede hacer (o le dejan) porque seguramente tiene ganas de saltar  el mostrador y darle de bofetones al tipo. 

Quizás está visualizando cómo le abofetea porque yerra mi operación. No lo dice. Pero le veo teclear otra vez la misma secuencia. 

“Estaremos aquí hasta Nochebuena”, dice el señor de la cola.
Nadie le sigue la corriente; a los locos hay que dejarlos hablar de sus cosas.
El cajero me dice por lo bajini a mí, porque nadie más le va a oír.
-Habrá que cambiar los planes para Nochebuena -dice-, porque parece que seguiremos aquí.
-Bueno, hay ahí una caja de turrón de billete -digo yo.

._.
Ehem.

Turrón de billete.