Ando leyendo el “Viaje a la Alcarria” de Don Camilo. Tiempo
atrás había leído uno de Josep Maria Espinàs, A peu per nosedonde (¬¬ es que
tiene varios, no se ofendan). Y ayer pasó, fugaz por mis manos, uno de Maria Barbal: “Camins de quietud : un recorregut literari per pobles abandonats del
Pirineu”.
Parece que es un género propio ese del escritor caminante.
Incluso hay versiones televisivas como el genial “Un país en la mochila” de
Labordeta.
A mi eso de andar no me va. Así que debería viajar con el
Google Maps y el muñeco amarillo ese que uno deja caer en mitad de la calle
para ver la panorámica del lugar. Quizás la realidad virtual le permita a uno
viajar sin moverse. Y escribir luego sobre ese viaje…
Parece una idea bastante loca. La gracia del escritor
caminante no está en las descripciones de lo que ve, sino en lo que siente en
el lugar. Y para sentir el lugar hay que estar en el lugar.
¿O no?
El caso es que me agrada esa Alcarria, y esos pueblos abandonados y esas caminatas de Espinàs.
Y cuando se sientan a la sombra de una encina y ven pasar un señor a lo
lejos. O cuando llegan a un pueblo y hay un tipo en la plaza, a la sombra y entablan conversaciones sorprendentes…
esas cosas menudas son las interesantes.
Las cosas menudas son las grandes cosas de la vida en realidad.
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