martes, 1 de octubre de 2024

Lady Macbeth de Mtsensk


Así empieza...
A veces en nuestras tierras se dan ciertas naturalezas que, no importan los años que pasen desde el encuentro, nunca se es capaz de recordarlas sin un escalofrío. A esta clase de naturalezas pertenece Katerina Lvovna Izmáilova, la mujer de un mercader que una vez interpretó un drama terrible tras el que nuestros nobles, por la palabra fácil de alguien, empezaron a llamarla la lady Macbeth de la provincia de Mtsensk.

...

Izmáilov pidió su mano y, siendo como era una muchacha humilde, no iba a tener pretendientes como para elegir.

Ella deambulaba sola de habitación en habitación sin hacer nada (...) en ningún lugar de la casa había un sonido vivo, una voz humana.

Cinco largos años vivió Katerina Lvovna esta vida aburrida en la magnífica casa de su suegro, a la sombra de su poco cariñoso marido; pero, como suele ocurrir, nadie prestó la más mínima atención a ese aburrimiento suyo.

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Al principio, se aburrió aún más sin su marido, pero luego le pareció que estaba hasta mejor: sola se veía más libre.

-¿Tu niño está bien?
-Sí, señora ...
-¿Y de quién es?
-Uf, una noche alegre, mucha gente, ya sabe, una noche alegre.

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-Creo que si tuviera un niño, me sentiría más alegre, sí.
-Entonces, permítame que le informe, señora, que para tener un niño hay que hacer algo...

¿Qué gente has conocido tú para que la que el único camino hasta una mujer es una puerta?

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-Dime dónde has estado.
-He estado allí donde ahora ya no estoy...

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Y sin vergüenza alguna por la opinión de la gente, lo metió en la cama del marido para que se recuperara de los latigazos del suegro.

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Respirar abrumaba, invitaba a la pereza, al deleite y a oscuros deseos.

-Solo los maridos besa así a sus esposas -continuó Katerina Lvovna jugando con sus rizos-, como si estuvieran quitándole el polvo de los labios.

... así que si me engañas con cualquiera, Seriozha, si me cambias por otra, perdóname, amigo de mi alma, pero viva no me separaré de ti.

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He venido desde el cementerio para ver cómo Serguéi Filíppych y tú mantenéis caliente la cama de tu marido. Miau, miau, y no veo nada. No me tengas miedo: con tu comida hasta los ojos se me salieron.

Incluso podía oír cómo el corazón celoso de él latía acelerado, pero no era lástima, sino risa malvada lo que se apoderaba de Katerina Lvovna.

Corres tras el viento si añoras el pasado.

-Lo encontré en el jardín y me lo puse en la falda.
-¡Ajá! -dijo Zinovi Borísych con especial acento-, algo he oído yo también de vuestras faldas.

-Bueno, pues aquí está -decía pocos segundos después llevando a Serguéi del brazo y metiéndolo en la habitación-. Pregúntanos eso que sabes. Puede que averigües bastante más de lo que desearías.

Katerina Lvovna se echó a reír y besó fogosamente a Serguéi en presencia de su marido.

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No dejó escapar ningún grito, pues  sabía que su voz no llegaría a oídos de nadie y sí que precipitaría el asunto.

Aún no había llegado a enfriarse el agua del samovar con el que Zinovi Borísych había calentado con té envenenado su alma de dueño y señor, cuando la mancha hubo salido sin dejar rastro.

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Pero antes de que llegaran a cicatrizar las marcas dejadas por los dientes de Zinovi Borísych en el cuello de Serguéi, se empezó a echar en falta al marido de Katerina Lvovna.

Y, de pronto, hale, sin saber cómo ni cuándo, una nueva desgracia.

...

Mi alma ha asumido tantos pecados -pensaba Katerina Lvovna-

Y, de repente, fue como su unos demonios hubieran roto sus cadenas y en su interior se posaron de golpe los antiguos pensamientos sobre todo el mal que ese crío le iba a causar y lo bien que estaría si él no existiera.

Las ventanas con los postigos cerrados empezaban a deshelarse y a llorar.

...

Katerina Lvovna en un único movimiento cubrió la carita infantil del mártir con una gran almohada de plumas y la aplastó con su pecho firme, elástico.

Los muros de la casa silenciosa, que tantos crímenes ocultaba, empezaron a temblar por culpa de unos golpes ensordecedores.

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El niño estaba tumbado en la cama y ellos dos lo estaban ahogando.

-Pero ¿por qué? -le preguntaron.
-Por él -respondió ella señalando a un cabizbajo Serguéi.

...

La primavera había empezado en el calendario, pero el solo, según un dicho popular, brillaba con fuerza pero no calentaba.

El hombre se acostumbra, en la medida de lo posible, a cualquier situación desagradable y en cada situación mantiene, en la medida de lo posible, la facultad de perseguir sus escasas alegrías.

Pero seguía soportándolo, seguía guardando silencio y engañándose a sí misma.

Es como la hiedra: se enreda y enreda, pero lo que se dice dar, no da nada.

Era la simplicidad rusa, perezosa hasta para decir 'largo de aquí'.

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Se decía a sí misma: 'No lo quiero', pero sentía que lo quería aún más, con mayor pasión.

Pero su orgullo, aún más que antes, no le permitía ser ahora la primera en acercarse para hacer las paces.

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Un puñado de personas apartadas del mundo y privadas de cualquier sombra de esperanza de un futuro mejor

'Maldice el día de tu nacimiento y muérete'



Lady Macbeth de Mtsensk.
Nikolái Leskov 
Ilustraciones de Ignasi Blanch; traducción de Marta Sánchez-Nieves. 
Nórdica, 2015. 136 p. 

Lectura compartida del #OtoñoRuso 2024

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