sábado, 2 de octubre de 2021

Nada



Te podía haber pasado algo. Aquí vive la gente aglomerada, en acecho unos contra otros.

¡Cuántos días sin importancia!

Cuando se es pobre y se tiene que vivir a costa de la caridad de los parientes, es necesario cuidar más las prendas personales. Tienes que andar menos y pisar con más cuidado...

Tuve uno de esos momentos de desaliento y vergüenza tan frecuentes en la juventud, al sentirme yo misma mal vestida, trascendiendo a lejía y a áspero jabón de cocina.

El día de Navidad me envolvieron en uno de sus escándalos; y quizás porque hasta entonces solía estar yo apartada de ellos me hizo éste más impresión que otro alguno.

Por la necesidad que sienten los seres poco agraciados de pagar materialmente lo que para ellos es extraordinario: el interés y la simpatía.

Pensé que cualquier alegría de mi vida tenía que compensarla algo desagradable.

-Hija -dijo la abuela, moviendo la cabeza- no todas la cosas que se ven son lo que parecen.

-Si necesitara amigos los tendría, los he tenido y los he dejado perder. Tú también te hartarás de todo...

Yo no sabía por qué aquella terrible indignación contra ella subía en mí...

La verdad es que eran como pájaros envejecidos y oscuros, con las pechugas palpitantes de haber volado mucho en un trozo de cielo muy pequeño.

Ni siquiera se me ocurría pensar que estaba histérica por la falta de alimento.

Aquél iba a ser un día de esos que en apariencia son iguales a los otros, inofensivos como todos, pero en los que, de pronto, una ligerísima raya hace torcerse el curso de nuestra vida en una época nueva.

Entonces era lo suficientemente atontada para no darme cuenta que aquél era uno de los infinitos hombres que nacen sólo para sementales y junto a una mujer no entienden otra actitud que ésta. Su cerebro y su corazón no llegan a más.

La vida volvía a ser solitaria para mí. Como era algo que parecía no tener remedio, lo tomé con resignación.

Se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes, que las pequeñas nimiedades de cada día.

Me aterraba pensar en cómo los elementos de mi vida aparecían y se disolvían para siempre apenas empezaba a considerarlos como inmutables.

Toda mi vida he estado huyendo de mis simples y respetables parientes...

Siempre se mueve uno en el mismo círculo de personas por más vueltas que parezca dar.

Entonces era demasiado fácil herirme.

Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad.

Llorar en soledad era lo único que a mí, en mi adolescencia, me estaba permitido. Todo lo demás lo hacía y lo sentía rodeada de ojos vigilantes...

Cada tormento físico que sentía me parecía una nueva brutalidad de la vida añadida a las muchas que había tenido que soportar.

Yo era una mujer desequilibrada y mezquina. Insatisfecha y egoísta...

Si aquella noche -pensaba yo- se hubiera acabado el mundo o se hubiera muerto uno de ellos, su historia hubiera quedado completamente cerrada y bella como un círculo. Así suele suceder en las novelas, en las películas, pero no en la vida...

Ella respiraba tranquila, como el niño que sale del casa del médico.

Cuando he sido demasiado sublime una temporada, tengo ganas de arañar... De dañar un poco.

Pensaba que los secretos más dolorosos y más celosamente guardado son quizás los que todos los de nuestro alrededor conocen.

Pensé que cuando empezara el nuevo curso lo haría en la misma soledad espiritual que el año anterior. Pero ahora tenía una carga más grande de recuerdos sobre mis espaldas.

La verdad es que era todo tan espantoso que rebasaba mi capacidad de tragedia.


Nada
Carmen Laforet

Esta lectura formaba parte del Reto Lector: Efemérides 2021

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