En nueve años de trabajo he exorcizado a más de 30.000 personas.
A nosotros, los exorcistas, nos parece justo e importante estar atentos a no dejarse embaucar por enfermos mentales, por chiflados, por quienes, en resumen, no tienen ninguna presencia demoníaca ni ninguna necesidad de exorcismos.
...el descrédito es considerado como un deber y una demostración de sabiduría.
Las víctimas de un espíritu maligno se ven como perseguidas por una continua mala suerte: sus vidas son una sucesión de desgracias.
En el creyente hay espacio para el dolor, porque ése es el camino de la cruz que nos salva; pero no hay espacio para la tristeza.
Para exorcizar agua, aceite y sal no es preciso un exorcista; basta un sacerdote cualquiera.
Dios permite el mal para conseguir el bien.
Sería una gravíssimo error vivir con el temor de recibir maleficios.
Es más fácil engañar a una multitud que a una sola persona.
Seguía siendo fácil presa de la ira, lento para el perdón, propenso al resentimiento, susceptible ante la ofensa.
¡La confesión es más fuerte que un exorcismo!
[En el infierno] no existe relación con nadie; cada uno se encuentra en la soledad más absoluta, llorando desesperadamente por el mal que ha hecho.
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