… me adelanté a saludarla. Ella me respondió temblando. También mi corazón temblaba, pero los ojos de María Rosario no podían verlo.
¡Locuras gentiles y fugaces que duraban algunas horas, y que, sin duda por eso, me han hecho suspirar y sonreír toda la vida!
Todo el pasado resurgía como una gran tristeza y un gran remordimiento. Mi juventud me parecía mar de soledad y de tormentas, siempre en noche.
¡Fueron horas de tortura indefinible! Ráfagas de una insensata violencia agitaban mi alma.
Me resultó mucho más ameno el apéndice biográfico sobre el autor que la propia obra. A veces ocurre que la figura del autor fascina más que la obra que nos deja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Y tú qué opinas?