-Pero no hace falta conocer a un hombre para decir lo que le parece a una de él.
-A mí, sí.
-Pero lo que se ve, lo que está a la vista...
-Ni de eso puedo juzgar sin conocerle.
Disfrutaban de un pequeño patrimonio que les permitía sostenerse en la holgura de la modestia.
Vuestra felicidad necesita de testigos; se os acrecienta la dicha sabiendo que otros se dan cuenta de ella.
Vivo en perpetuo sobresalto, temiéndolo todo.
¿Por qué no había de hacer él, y mejor, lo que cualquier mentecato, enclenque y apocado hace?
Sólo en el teatro y en las novelas se oye el yo te amo; en la vida de carne y sangre y hueso el entrañable ¡te quiero! y el más entrañable aún callárselo.
-¿Y cómo no fuiste monja?
-No me gusta que me manden.
La ciudad es monasterio, convento de solitarios.
Ella sería el báculo de todos los que la rodearan; pero si sus piernas flaquearan, si su cabeza no le mantuviese firme en su sendero, si su corazón empezaba a bambolear y enflaquecer, ¿quién la sostendría a ella?
La pobre está asustada..., nació asustada... Te aprovechaste de su susto...
Y murió como había vivido, como una res sumisa y paciente, más bien como un enser.
-Pues vuélvase usted a casar.
-A eso voy.
-¡Ah! ¿Y busca usted consejo de mí?
-Busco más que consejo.
Cuando una no es remedio es animal doméstico, y la mayor parte de las veces ambas cosas a la vez! Estos hombres... ¡O porquería o poltronería!
Pero ella había pasado por el mundo fuera del mundo.
Poníase triste y como preocupada en espera de que le preguntasen qué era lo que tenía, y como nadie se lo preguntaba sufría con ello.
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