domingo, 24 de diciembre de 2017

Cuento de Navidad

Ahora que ya está cerca la noche mágica por excelencia, la velada de la ilusión y la esperanza para todos… (me refiero al evento Wrestle Kingdom de New Japan Pro-Wrestling que se desarrollará la noche del 4 de enero) he considerado oportuno escribir un cuento de navidad.

No soy muy dado al espíritu navideño (ni a ningún otro espíritu en particular) pero el pasado 22 de diciembre fui visitado por Santa Claus. 
Obviamente no se identificó como Santa Claus, porque… yatusabes.


El encuentro con lo desconocido ocurrió el viernes 22 de diciembre de 2017 en la hora mágica de las bibliotecas (cuando sólo quedan 60 minutos para cerrar). 
Yo estaba tras el mostrador fingiendo trabajar duro, eliminando christmas y felicitaciones que inundaban el Outlook, pero en realidad estaba pensando en cómo encajar todas las lecturas pendientes en los cuatro días de fiesta que estaban por empezar. De repente, mi sentido bibliotecaril detectó a un tipo peculiar deambulando por la sala. 

El sentido bibliotecaril te permite detectar amenazas y ponerte en guardia, mental y físicamente para hacerles frente. Es una habilidad que se desarrolla de forma automática por el trabajo de mostrador de biblioteca. Sirve para oír abrirse una bolsa de patatas fritas a dos pisos de distancia o para moverse por entre los estantes como un ninja, y atrapar a los teens que ya has pedido que se fueran (y han vuelto a entrar a escondidas). También sirve para detectar cuando #lajefa quiere darte trabajo extra (y así camuflarte por la sala) o también te anticipa cuando alguien se acerca al mostrar a lanzarte alguna pregunta absurda estilo: “El ordenador me pide el número de carnet de la biblioteca ¿qué le pongo, el DNI?” o “¿para imprimir le doy al botón de imprimir?”. También tiene utilidades para la vida real, como detectar personas cuyo engranaje mental no termina de encajar, visualizar a pedófilos entre una aglomeración de gente con niños o encontrar a Wally en los libros de buscar a Wally.

Mi sentido bibliotecaril se activó, como he dicho, ante un tipo peculiar. Era un señor mayor, de asalvajada barba canosa y andar arrastrado. Vestía un anorak multicolor de aquellos que las madres compran a sus hijos para la primera excursión a la nieve. Lila, amarillo y verde fluorescente, una combinación visible incluso en medio de una tormenta en el Everest. El atuendo del señor se completaba con un gorro de lana azul con borla, y unos pantalones que habían ido adquiriendo el color de los otros pantalones que llevaba justo debajo. Para rematar el vestuario, llevaba una mochila sucia y con más marcas y manchas que la Sábana Santa. 
Todo el conjunto era el prototipo del sin techo de Detroit, al que sólo faltaba el carro de los grandes almacenes lleno de cartones y una de esas botellas escondida en una bolsa de papel. Un bonito disfraz, Sr. Claus.

Como siempre que un elemento extraño o aparentemente peligroso aparece en la sala de la biblioteca la gente que se considera normal se crispa y mentalmente me exige que haga algo. Porque la gente que se considera normal es gente que siempre exige cosas: que no entren gamberros, que no hablen, que haya un ordenador libre cuando ellos lo necesitan, que compre un libro concreto porque lo necesitan ahora o ya que estoy allí sin hacer nada, vigile al niño, mientras ellos salen un momento con otras personas normales a hacer cosas normales. Hay variados grados de “normalidad” en la gente normal, pero por lo general es gente que siempre espera que alguien (otro) haga algo y está predispuesta a quejarse cuando se hace (algo) o cuando no se hace (algo). Pero volvamos al tema...


Santa Claus, porque ya les he dicho que lo era, se dirigió a mí en inglés. Me preguntó sobre los ordenadores: si eran de libre acceso, si eran gratis, cuánto tiempo dura cada sesión, cuánto cuesta la impresión, si tienen algún programa para escribir textos y, finalmente, los horarios de la biblioteca.
Debido a mi dilatada experiencia como espectador de wrestling suelo entender el inglés corriente made in USA, pero debido a mi dilatada experiencia como espectador de wrestling las únicas frases en inglés que puedo decir con un acento "entendible" tienen que ver con el noble arte de fingir los golpes encima de un ring. Aún así, creo que logré contestar sus questions outta nowhere and that’s the bottom line…

Para disipar sus dudas sobre el horario le entregué a Santa Claus un punto de libro promocional que tenemos, con las horas en las que está abierta la biblioteca. Algo fácil de entender para todos. Bueno para todos no, porque una vez apareció un cantamañanas ataviado con una camiseta de Casa Pepe y me tiró el punto de libro al suelo porque "las horas están escritas en catalán" (16:00 a 20:30) ._.
(Por cierto, cantamañanas en inglés es singermornings).


Con el punto de libro-horario en la mano, le informé que the library is close for Christmas (esta frase en inglés NO es de wrestling) y Santa Claus asintió crípticamente. No fue un asentimiento de cabeza estilo of course, sino más bien de quién recuerda que el día mencionado tiene algo que hacer. ¡Por supuesto que tiene algo que hacer! 

Santa Claus, con las manos agarradas por encima de los riñones, deambuló unos minutos más por la sala. Aproveché entonces para avisar a mis compas, para que fueran testigos del momento pero, como suele suceder con los fenómenos extraños, nadie más lo vio excepto yo. ¡Y vaya si era fácil verlo con el anorak chillón que llevaba!

Cuando Santa Claus salió con su arrastrar de pies y su harapienta mochila ninguna de mis compas lo vio salir (como tampoco lo habían visto entrar). #LaJefa obviamente tampoco vio nada, porque desde dentro del despacho es difícil saber qué ocurre en la vida real (pero esto es otro tema y no tiene nada de mágico).


En fin, amigos de lo desconocido, intenten no juzgar a la gente por su aspecto (aunque su sentido bibliotecaril se active), no se fíen de nadie que afirme ser “una persona normal” y vean, si les ha provocado curiosidad, algunos minutos del Wrestle Kingdom de NJPW que es el mejor espectáculo de wrestling que el mundo les puede ofrecer.

¡Y felices fiestas a todos los que no deban libros a la biblioteca!

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