lunes, 1 de noviembre de 2021

Viento del Norte

 


Cuando por fas, cuando por negad, siempre andaban armando revuelo aquellas gentes.

En casa del pobre el lujo sobra.

-¿Qué nombre le pondréis?
-Y cualquiera le servirá, pobriña. Si no tiene apellido, de nada ha de servirle el nombre, aunque por algo hay que llamarla.


-¿Ves, sobrino? La historia no pienses que la puedas hacer tú. Éstos la escriben, los árboles, los valles, las montañas. ¿Cuántas cosas podría contar el castillo?

... soplaba el tumbaloureiro...

Y se embebía tanto en la lectura que parecía olvidar la enfermedad, la muerte al acecho, la juventud perdida.

-... Y a saber que puede una encontrarse en el camino, que anda mucho malo suelto, y no se está en ningún sitio como en casa...

Desde pequeña sintió Marcela que si el amo velaba, no era posible que nada sucediera.

El íntimo contacto con la Naturaleza fecunda en el alma la armonía de las palabras.


¿Para quién trabajo? ¿Para qué?... El mejor día se me acaba la vida, ¿y qué?

Nunca como ahora sintiera aquella desazón por atrapar el tiempo que se le iba.


Vivía demasiado contenido; quiso ignorar a la vida, y la vida le trasteaba, le cogía y le enfrentaba con la mujer: "Mira".

Pero la carne cuando clama, o se la acalla o ensordece.


Lo único que contaba es tener pocos años detrás de uno, y un corazón alegre, y poder acercarse a una moza de rojo pelo y verdoso mirar, para enamorarla.

Lo hombruno es la madera, y la piedra, y la plata, y no todas esas cosas transparentes que parecen para criadas. Antes, en los serrines de las ferias, buscábamos cosas así para embaucar a las mozas.

Cuando el sol asomaba por la ventana abierta, se levantaba, presuroso, decidido. No quería retrasarse en hacerlo, u holgazanear entre las sábanas, porque temía dejarse llevar por su deseo. Y su deseo hubiera sido, cerradas las ventanas, procurar dormir días y días, hasta despertarse una buena mañana con el corazón ligero...

Eran los últimos días del verano, de una dulzura ponzoñosa: parecía que el tiempo se resistía a marcharse, que algo se iba, definitivamente. Nunca hasta ahora sintiera Álvaro esta desesperanza por lo que no volvía.

A doña Lucía, a veces, escuchando los juramentos de eterna fidelidad musitados por Joaquín a su hija, se le enturbiaba la vista, recordando un tiempo ya ido, en que fue ella quien escuchara, palpitante, las palabras que, entonces, creyó nuevas para ella, inventadas para ella. Hoy las oía repetir a su hija, y en todos los lugares del mundo, un hombre junto a una mujer susurraría las mismas palabras...


-Te ha gustado siempre complicarte la vida. Pero, en fin, como esta temporada andamos todos como locos, uno más...


¿Qué importaba su vida gris, recóndita? ¿Qué importaba no tener un aliento humano junto al suyo? Para el tiempo que pasa y pasa, inexorable, para todo lo que perdura tras la muerte, ¿qué importaba, ni siquiera, ver su obra concluida?

No se hallaba solo, porque supo, ahora, que la soledad tiene sentido cuando la vida interior es rica en personajes, y él llevaba en su alma la compañía de muchos peregrinos, gentes de corazón sereno.


No existen más escalones que los que nosotros nos empeñamos en decir que subimos y bajamos.

El agua caía y caía, siempre igual, ajena a su desgracia, y a todas las desgracias del mundo.

Quizás algún día, cuando haya llegado a la perfecta hombría, entienda, como yo hoy, el lenguaje oculto de las cosas inanimadas. Pero ¿eran realmente inanimadas?


Pero que no es lo mismo tenerla para el yantar y el yacer, que llevarla a su lado por el mundo, por ese sector del mundo que a él le corresponde y a ella no.

Uno creía que vivía; uno creía que marchaba por la vida: absurdo. La vida marchaba por uno, le cogía, le atravesaba, pasaba. Y uno se dejaba coger, pasar y atravesar, traer y llevar, sacando la cabeza, ridículamente presuntuosa: Yo hago. Yo digo. Yo soy.

A unos, la vida los lanzaba a un estercolero; a otros, los levantaba sobre los demás. Todos, todos iguales, a fin de cuentas; cuando la vida dejaba de pasar, todos iguales.

Hay que invitar y favorecer a los que pueden convenirle, y dejarse invitar por los que, a su vez, eterna rueda, esperan de él algo.




Viento del Norte
Elena Quiroga

Esta lectura formaba parte del Reto Lector: Efemérides 2021


Existe una adaptación al cine de esta novela.
Viento del Norte (1954) dirigida por Antonio Momplet.
Con Maria Piazzai (Marcela) y Enrique Diosdado (el Amo)
Las imágenes que ilustran el post son de esa película.

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