domingo, 17 de marzo de 2019

Des(Aciertos)

Hay una anécdota divertida de Carl Sagan y las bibliotecas. Seguro que ya la saben puesto que aparece en “Cosmos” y también la he leído en algún libro sobre el divulgador del espacio.
La contaré porque me sirve de introducción: un pequeño Carl Sagan fue a la biblioteca de su barrio y pidió un libro “sobre las estrellas”. Le dieron un libro de fotografías de James Stewart, Grace Kelly y otras “estrellas” de Hollywood.
EPIC FAIL, compas.

Hace un par de años se puso de moda un juego/reto/leyenda urbana por Internet llamado “Charlie Charlie” (una ouija para vagos. Dos lápices cruzados sobre una hoja de papel con “Sí/No” pintado). La primera vez que lo pidió un querubín al otro lado del mostrador de nuestra biblioteca, le dimos un libro de -lo que nos parecía que quería- “Charles Chaplin”.
EPIC FAIL, compas.
Seguro que si pudiéramos contactar con el fantasma de Carl Sagan para contárselo, se oiría su risa hasta en Plutón. 


El verano pasado llegó a los querubines el “Reto de Momo”. Esa chica con la cara estirada y los ojos saltones les atraía y les asustaba a la vez. 
Me mostré muy interesado en el asunto (más abajo les cuento cuál era para mí el “reto de Momo” el verano del 2018). El caso es que no pasó mucho tiempo para que algún avispado nos preguntase si teníamos algún libro de Momo….

Vamos...
Venga….
Dilo...
Lo sabes…
-“Momo” es un libro de Michael Ende.
._. Exacto, compa.

Así que aproveché la ocasión para prestar “Momo” de Michael Ende a los que me pedían libros sobre “momo”. 
¿Qué?
¡#EstadísticasUP, compas!
Y siempre había la posibilidad que a algún lector ocasional le gustase el libro. A veces se producen flechazos.

Y ahora voy a hablar de wrestling, así que pueden saltarse el párrafo.
En la primavera de 2018, IO Shirai dejó Stardom y fichó por la WWE. La luchadora que logró quitarle el título de “Wonder of Stardom” fue... (redoble de tambores): 
Momo Watanabe.
Momo Watanabe, el Sr. Ogawa, e Io Shirai

Así que durante el verano de 2018 el “reto de Momo” fue, para mí, ver si la nueva campeona máxima de Stardom lograba salir airosa de la complicada tarea de enarbolar la bandera del Queen’s Quest.
Pueden seguir las aventuras de Stardom en mi blog sobre el arte del zapatazo en la lona.


Volvamos a la biblioteca.
Hay toda una retahíla de equívocos con los títulos de libros y/o nombres de autores que la gente de biblioteca y de librería sufrimos a diario. Y el catálogo Aladí y su cáustica frase de  “su entrada estaría aquí” (en lugar de ser más amable y decir: “quizás querías decir…” y ayudarnos) no dispensa que a veces el error venga porque nuestros referentes no sean los mismos que los de nuestro interlocutor.

Cuando el/la bibliotecario/a le dió a Carl Sagan un libro con fotos de Rita Hayworth no lo hizo con mala fe. Ni cuando dimos un “Charlie Chaplin”. Vale, cuando di un “Momo” sabiendo que no era ese, sí... Eso fue mala fe. Pero el bien mayor de ofrecer un buen libro suple la maldad del engaño, compas. Y saben que es verdad.

El egocentrismo de cada humano de creer que todo gira a nuestro alrededor, y que todos saben (o deberían saber y entender) lo que queremos decir, es un mal endémico que padecemos casi todos.
Hace falta viajar mucho y muy lejos (¿y qué mejor que un libro?) para ver que nuestro mundo es muy pequeño. Hace falta perspectiva para ver que “lo que saben todos” quizás no todos lo saben; y que lo que “todos saben hacer”, quizás no todos saben cómo hacerlo. 
Nuestra tarea, vivir nuestra vida, es bastante rutinaria y damos mucho por supuesto. Pero nos conviene escuchar más. Preguntar y repreguntar. Y no dar muchas cosas por supuesto porque ni siquiera el mañana es seguro (y esto no es una frase de Coelho, sino de Roman Reigns).

Y cuando les supere la tarea de vivir, cuando la existencia sea mera rutina, recuerden que está la ficción, el wrestling y los libros de Carl Sagan, que le van a poner a usted y a sus problemas en un diminuto punto azul pálido de la galaxia.



Para acabar, una historia que les ablandará el kokoro.
Vino un día un señor mayor (pero mayor mayor ¿eh?), nacido en los tiempos de la República. Y me contó que había estado leyendo un par de libros de Stephen Hawking (¡Santa bellota!). 
El club de lectura que hay en la biblio es casi exclusivo de mujeres lectoras. Nuestros mayores, lectores hombres, vienen sobretodo a pelearse por el diario y alguno aparece una vez al mes y se lleva, por lo general, novela negra o libros de historia.
Y, no sé ustedes, pero nuestro cinco suele estar muy polvoriento.
(Para opositores: el 5 agrupa Matemáticas, Astronomía, Física,...  Las ciencias naturales).
Así que dar con un señor que había visto más guerras que Jon Nieve, interesado en materias del cinco, me provocó emoshon.
Dijo, el venerable señor, que uno de los libros estaba “bien” pero que el otro era “pura matemática”. Los nenes de la sala infantil callaron de repente porque habían entendido “puta matemática”. 
El venerable señor dijo que buscaba algo parecido pero más… (no dijo fácil, ni ameno, ni ligero, ni divulgativo). En realidad, no dijo nada. Pero yo lo entendí así. Le acompañé a uno de mis refugios en la biblioteca: el estante de astronomía.
Y le ofrecí algún libro de Carl Sagan. Ojeó algunos por encima, con el mismo pasar de hojas que hacen los nenes cuando ven que “El diario del Greg” tiene casi tantos dibujos como texto. Vio que no estaba preñado de gráficas elípticas ni funciones tangenciales (en realidad no sé de qué hablo, pero ¿a qué parece complejo?). Y se llevó uno.


Cortinilla de paso del tiempo.
Llama #LaJefa preguntando si la compa Tal está en el primer piso. Le respondo que está llamando a la planta baja. Dice que ya lo sabe. Le pregunto por qué no llama al primer piso. Me responde de mala manera: “¿Y no puedes llamar tú?”. Y me cuelga.



Un día volvió el venerable señor. Le atendió la compa, pero vino con su andar algo inseguro hacia donde estaba yo y dijo:
-Aquel libro que me llevé -dice-. Que me diste -puntualiza-. Me ha interesado mucho.
-Ah -digo yo con mi nula habilidad social.
-Muchas gracias- y me tiende la mano.
Y yo tiendo mi mano y encajamos ahí.


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