domingo, 23 de abril de 2017

¿Qué has hecho tú durante los últimos diez años?

En la biblioteca en la que estoy los libros se forran. Se forran con una capa de plástico que hay que cortar y doblar artesanalmente y que se “edita” a mano, para cada ejemplar. Se forran para que los libros duren más, para que las manos sucias o los culos de los vasos de café no les dejen marca. (Sí amigos, hay gente sucia que deja el vaso encima de un libro… ¡de la biblioteca!). Forrar libros no evita la arena de playa, no evita los subrayados, no evita las anotaciones y no evita, porque tampoco puede, a esos tarados que doblan las esquinas de las hojas.
Yo doblo esquinas. Y hago subrayados y escribo anotaciones. Pero NUNCA JAMÁS se me ocurriría hacerlo en un libro que me hayan dejado.

En la biblioteca, ya cuando entré, los libros los forraba la Joana.
La Joana era una voluntaria.
La Joana era una mujer mayor, más que jubilada, que para distraerse venía a forrar libros.
Lo de distraerse, merece perspectiva…
Para Joana, venir a forrar libros no era una mera distracción: era su ocupación. No diré que era “su trabajo” porque no le pagaban nada. Era, como he dicho, una voluntaria, aunque para el Ayuntamiento “los voluntarios” no existen (según dijo el Picapiedra de Personal).
Joana existía y una forma que ella tenía de sentir que seguía existiendo cuando la sociedad ya la había aparcado en una residencia de ancianos, era venir a la biblioteca a forrar libros.
Lo hizo durante más de 10 años.
Por favor, vuelvan a leer esta frase: Joana vino a forrar libros a la biblioteca durante más de diez años.

¿Qué has hecho tú durante los últimos diez años?

Por supuesto que Joana hizo otras cosas: dormir, comer, ver la tele, ir al baño, leer, escuchar idioteces, ver cambiar el mundo… pero también vino a forrar libros. ¿Cuántos libros habrá forrado esa mujer en diez años?
Te lo diré así: más de los que tú podrás leer en toda tu vida.



La tarea de Joana era tan discreta como ella misma. Por eso, quizás, también se ha ido de esta vida con absoluta discreción. Sin despedirse, como se van los que piensan volver luego.
La tarea de Joana queda. Como queda el árbol que plantó mi abuelo o la casa que construyó mi padre. Ellos también se fueron sin despedirse…
Y la gente pasa bajo el árbol, o ante la casa y nada saben.
Nadie, excepto los que la vimos forrar libros con paciencia de maestro zen, saben que el libro que sacan de la biblioteca, ese libro que llevan en la mochila o que dejan en la mesilla, ese libro al que ponen una taza de té encima o ese libro que olvidan devolver en fecha, lo forró, seguramente, Joana.
Si la hubieran conocido, si la hubieran visto aplicarse en su labor ajena al caos diario de la biblioteca, sé que tratarían con más cuidado ese libro.
Pero nadie sabe. Y eso me parece tan injusto…como solo la vida puede llegar a ser en realidad. Siempre adelante, olvidando los que dejó atrás…

Forrar libros es como abrazar a pequeños seres queridos e indefensos. Seres con todo un mundo en su interior. Ahí fuera, hay un mundo hostil y la protección que les damos es pueril ante los horrores que les esperan. Solo mientras estuvieron entre las manos de Joana esos libros estuvieron realmente a salvo.
Y ahora que se ha ido, estamos todos un poco menos protegidos.

._.

Joana era un mujer con mucho tacto y muy hábil: a veces se olvidaba de mi nombre y para que no me diera cuenta, me llamaba “noi…” (chico).
- Hola… chico… -decía cuando me veía entrar al despacho donde estaba forrando libros con sabiduría secreta de monasterio medieval.
Yo, que me habré inventado mil nombres y mil vidas para huir de la realidad, le sonreía, pues ser solo un chico anónimo me parecía mucha más interesante que ser yo.

2 comentarios:

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