Esta película tiene un gran escollo nada más empezar. Si lo superan, podrán disfrutar de una comedia con ingeniosas réplicas y gags afables y divertidos.
El escollo es Marlon Brando haciendo de nativo de Okinawa.
Un ejemplo claro de whitewashing. Esa manía comercial de Hollywood de contratar a actores blancos para personajes que no lo son. Y "disfrazarlos".
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Marlon Brando y Glenn Ford |
Que Marlon Brando iba a atraer a más espectadores al cine que cualquier actor japonés, es evidente.
Y que Marlon Brando, cuando está motivado y aquí lo está como en sus mejores papeles, es un actor tremendo... Eso ni se discute.
Así que demos por superado el escollo, sin fingir que no existió, y disfrutemos de la comedia.
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La abuela, la hija, los niños y la cabra. Todos al jeep. |
La casa de té de la luna de agosto es el resultado de esa labor de Hollywood de "embellecer" las relaciones entre Estados Unidos y Japón.
Tras los bombardeos y la ocupación americana, a Estados Unidos le convenía congraciarse con Japón y que los espectadores olvidaran, de pronto, toda la propaganda antinipona existente (a veces surgida del propio Hollywood).
Durante los años 50, Hollywood realizó producciones donde Japón y sus ciudadanos eran presentados como gente afable. Algo pueblerinos y atrasados, pero buenos "aliados", nobles y simpáticos.
Ya hablé de este fenómeno en El bárbaro y la geisha (1958).
Superado el escollo y explicado el contexto, vayamos a disfrutar....
Marlon Brando es Sakini, un oriundo de Okinawa, que ejerce de intérprete de idioma y costumbres para los oficiales de Estados Unidos establecidos en la isla.
Sakini rompe enseguida la cuarta pared y nos habla directamente, contando de forma irónica, la vida que le ocupa. Y como la gente de Okinawa acostumbrados a las invasiones y a los sucesivos dominios, de chinos, de japoneses o de estadounidenses ahora, viven con relajada resignación las inclemencias que les provocan los ocupantes.
Un poco de aburrido contexto histórico.
Actualmente Okinawa es una prefectura de Japón. Aunque históricamente fue un reino independiente. El Reino de Ruyku. Con su idioma y su cultura propia. A partir de la anexión japonesa, ya en el siglo XIX, el japonés estándar fue imponiéndose como idioma. Al igual que la cultura japonesa fue arrinconando la originaria de Okinawa.
El capitán Fisby (Glenn Ford) es enviado a la remota villa de Tobiki con la misión de instaurar la democracia (la buena, la de Estados Unidos) y construir una escuela (pentagonal). Y Sakini (Marlon Brando) le acompaña como intérprete.
A Fisby lo han estado enviando de un sitio a otro porque aunque el muchacho le echa ganas, esto de ser soldado no es lo suyo. Era profesor de Humanidades antes de la guerra.
"Así que podrá ocuparse de los seres humanos" le dice su superior. En uno de los muchos gags verbales y réplicas ingeniosas que tiene el inicio del film
Ya en Tobiki (y llegar ya ha ido toda una epopeya cómica), un lugareño le endosa de regalo, una geisha, Flor de Loto. Interpretada por Machiko Kyo a todo color y en una vis cómica poco habitual.
Machiko Kyo es el gran nombre del cine japonés de esta película. Famosa por sus papeles, mucho más serios, en La puerta del infierno (1953), La emperatriz Yang Kwei-fei (1955), Cuentos de la luna pálida (1953) y, sin lugar a dudas, por Rashomon (1950)...
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Machiko Kyo "apareciendo" en Rashomon |
Aquí Machiko Kyo están tan suelta y desatada que resulta fresca e ingeniosa. Y eso que su actuación es casi enteramente física. Pues, en la película, solo habla japonés. Y Fisby no la entiende.
El bonachón, pero ignorante, capitán Fisby cree que una geisha es una prostituta. A esa idea no ayuda que en su primera aparición, Flor de Loto se empeñe en colocarle un kimono a la fuerza.
Fisby, al final, imbuido ya del espíritu japonés, terminará vistiendo un albornoz por el pueblo como si fuera un kimono.
Para congraciarse con los lugareños, el capitán Fisby acepta usar los materiales traídos para edificar una escuela para la nueva casa de té.
No contento con los informes que le llegan, el oficial al mando, envía en oficial médico a Tobiki. Su misión es valorar el estado mental de Fisby.
Pero el médico, un gran aficionado a la agricultura, encuentra en Tobiki todo lo necesario para desarrollar su pasión. Y se olvida de lo que venía a hacer.
De todos los productos manufacturados que exporta Tobiki, como souvenirs para los soldados de Estados Unidos, el único que triunfa es un coñac 8 estrellas tan potente que antes de comerciarlo lo debe probar la cabra.
Harto del caos reinante, el oficial al mando aparece en Tobiki para restaurar el buen orden democrático. Cuando todo ha sido destruido y Fisby y el médico arrestados, llega la salvación que, como buena comedia afable, provoca el happy end que siempre supimos que llegaría.
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¿Un té imaginario? |
Al igual que El bárbaro y la geisha venía a mostrarnos lo buenos y democráticos que eran los Estados Unidos, pero mostraba -nunca sabremos si "sin querer queriendo"- la cruda realidad del imperialismo yankee, aquí ocurre algo similar.
Está claro que el tono desenfadado y cómico de La casa de té de la luna de agosto, obliga a no tomarse nada en serio. Pero entre broma y risotada, los ¡zasca! al colonialismo (el yankee y a todos en general) no pasan inadvertidos al espectador atento.
Y aún con la etiqueta de comedia es interesante que el ejército (el ejército de los años 50) diera su sello de aprobación a un film donde los oficiales son ineptos, torpes, y en verdad -y eso todos los verbalizan- no quieren ni estar allí, ni ser soldados.
Si bien es cierto que el humor ingenioso del inicio se va desinflando, esto forma parte del proceso que vive el protagonista. Fisby es el americano del que reírse que va integrándose poco a poco hasta el punto -esa es la idea- que pasa a ser casi un lugareño más de la villa de Tobiki, en Okinawa.
Y al fin y al cabo todo lo que hemos visto no es otra cosa que una historia que Sakini (Marlon Brando) nos ha estado contando.
La casa de té de la luna de agosto (The Teahouse of the August Moon; 1956) dirigida por Daniel Mann.
Como diría el doblador al castellano del personaje de Marlon Brando: Senoras, camareros, vamo a leilnos.