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Tom Cruise es un militar borrachín que estuvo con el General Custer en las masacres a los nativos americanos. Ahora malvive como atracción de feria para Winchester, para vender sus rifles.
Un día recibe una propuesta, económica, que no puede rechazar. Irse a Japón y contribuir a profesionalizar el ejército.
En la primera batalla entre el nuevo, uniformado, pero inexperto ejército y los rebeldes samuráis, su tropa es masacrada y él, capturado.
El líder rebelde, Katsumoto, intentará aprender del extranjero y Tom Cruise irá asimilando la cultura de sus captores hasta involucrarse y pelear con ellos en épicas batallas (perdidas de antemano contra el progreso) como el último de los samuráis.
Esta película podría ser un epicardo fanfic que junte, a modo de crossover, dos momentos históricos (y bélicos) reales: las batallas de los nacientes Estados Unidos contra los nativos, los indios. Y la guerra Boshin, entre los tradicionalistas partidarios del poder feudal del shogunato y los modernizadores restauradores del poder del Emperador.
Uno podría preguntarse qué droga se tomó el guionista aquí.
Pero el caso es que hubo personajes reales que cohabitaron en esos dos mundos.
Jules Brunet fue un militar francés que en 1867 fue enviado por Napoleón III en una delegación a Japón como asesor. Se imbuyó del espíritu de los tradicionalistas conservadores proclives al shogunato y llegó a combatir a su lado. Hasta que fueron derrotados y Brunet se volvió a Francia.
Y el personaje de Katsumoto (Ken Watanbe en la película) está inspirado en el samurái Saigo Takamori que, tras la guerra Boshin en la que combatió a favor de la Restauración, pasó a encabezar una guerrilla rebelde de samuráis descontentos con las pérdidas de su clase; en la llamada Rebelión de Satsuma.
Si por algo destaca El último samurái es por recrear el contexto histórico de la guerra Boshin. Veremos que Katsumoto no es un rebelde tradicionalista inamovible, sino que está dispuesto hasta a sacrificar hasta su vida si el Emperador se lo pide. Para Katsumoto el Emperador no es el enemigo (aunque combate sus fuerzas por considerar que está perdiendo la esencia japonesa).
Katsumoto está dispuesto a volver al consejo de Estado, pero a su manera: con las katanas en la mano. Algo que los demás no le van a permitir. Y el Emperador, aquí presentado como un títere (pero que aprende inglés en lo que dura la película), no es capaz de apoyarle en el momento decisivo.
Y si por algo también destaca El último samurái, y ahora viene lo malo, es por meter a la fuerza toda una serie de "americanadas" propias de Hollywood. En especial el romance entre Tom Cruise y la viuda que lo acoge. ¡Carajo! Que Tom Cruise le mató el marido.
La película, que por argumento podría ser Lawrence de Arabia se queda en un Braveheart de samuráis. Extenuantes batallas, con derrotas inevitables, con un Tom Cruise imbuido de un desproporcionado heroísmo.
A pesar de la intención de hacerla "japonesa", incluso en secuencias propias del género de chambara, con enfrentamientos breves pero intensos entre samuráis, la película es 100% made in Hollywood. Y si el Emperador japonés saliera al final, comiéndose una Cheeseburger a nadie le extrañaría.
El último samurái (The Last Samurai; 2003) dirigida por Edward Zwick.