No he pensado mucho en lo que he perdido, en lo que se llevaron. Estoy demasiado angustiado por lo que me dejaron…
Me dejaron el miedo y la indefensión.
Me dejaron la resignación de no poder hacer nada al respecto y que NADIE hará nada al respecto. La policía, como dijo Jerry Seinfeld, hace un informe; y te dan una copia.
Eso es todo.
Y eso será todo.
En ningún momento de la denuncia hubo el más mínimo amago de “a ver si hay suerte y los atrapamos porque…”. No. Para qué mentir, supongo. Corren el riesgo que alguien, que no sea tan resignado como yo, les esté agobiando cada día con: ¿Ya resolvieron mi caso?
Pero no hay caso.
Solo estadística.
Fría y aséptica como el trato.
Encogerse de hombros y mirar para otro lado.
Como el tipo que pasa por la calle y ve a unos tipos subiendo por el tejado y no llama a la policía porque “no quiere líos”.
Un soldador me contó una anécdota: una noche le llamó un amigo de un conocido… Total, que el tipo se había quedado sin llaves fuera de su casa. El soldador fue a la casa con una amoladora a cortar una barra de la reja de una ventana.
A las dos de la noche una sierra radial cortando una reja. Y ningún vecino se asomó a ver qué puñetas pasaba, ni avisó a la policía: “¡Oye, que está cortando la reja de la ventana!”. Nada. Allí no apareció nadie. Oyeron lo que pasaba y no hicieron nada. No querían líos.
Alguien dijo que el Mal se hace poderoso no porque haya malas personas, sino porque las buenas personas no hace nada.
Mientras espero, porque ante una crisis siempre hay muchas horas de tensa espera, siempre me sorprende que la vida siga. Indiferente.
Abuelas vuelven del cole con sus nietos que parlotean como pajarillos chismosos; un harem de chicas cruzan la calle seguidas de un enjambre de mozos revoloteando a su alrededor, chillando para intentar hacerse ver y oír en el cortejo adolescente a la salida del instituto; gente paseando el perro y parloteando por el móvil; camiones de reparto aparcando en doble fila; conductores que se enojan porque el camión detenido les retrasará dos o tres minutos. Y me viene a la mente una frase: “Siempre es mejor perder dos minutos de vida que perder la vida en dos minutos” y sigo observando la realidad, que parece tan feliz vista desde la desesperación. Esa realidad extraña y ajena a mis desgracias. Me digo que debería contratar a unas plañideras, así al menos no me sentiría tan solo y desamparado.
Y es que la soledad que uno puede sentir en momentos de crisis, es devastadora. Claro que mucha más gente antes ha sufrido pesares. Y mucho peores que los míos. Pero esa “gente”, no era yo. Era “gente”. Como la “gente” a la que les pasan cosas horribles o mueren. Porque la muerte es algo que solo pasa a los demás.
A menudo, tras un día particularmente feo en la biblioteca, camino de casa, doy vuelta para pasar frente al tanatorio.
El tanatorio me recuerda la fragilidad de la existencia y la “suerte” que tengo, incluso en ese espantoso día mío, comparada con los que ya no tienen oportunidades.
Se les acabó el sufrimiento, se dice.
Cierto. Pero también la esperanza de una leve mejoría.
La esperanza cuando no hay esperanza es también algún tipo de esperanza, leí en algún sitio.
Suspiro y procuro parecer entero mientras me cuentan cosas importantes que debo atender. Pero no estoy allí. Quisiera saltar por la ventana y huir corriendo hacia algún lugar donde las cosas queridas no me resultaran ahora tan dolorosas.
Siento náuseas si lo pienso: Alguien ha estado allí, entre mis cosas, manoseándolas, juzgándolas, tirándolas por el suelo. Buscando algo de valor.
¿Algo de valor?
Recojo las cartas manuscritas de mi tía, dirigidas a mi abuela cuando el abuelo tuvo un accidente.
Ya no queda ninguno de los tres.
Solo la carta.
Solo un papel amarillento, testigo de un fragmento de vida que yo ni siquiera viví. Un universo entero de vínculos, emociones, miedos y esperanzas. Un mundo pretérito y apagado. Un mundo al que puedo ir, tan solo leyendo esa carta. Un pasado idealizado y protector, imaginado y salvador. Una ficción a la que huir para sobrellevar este penoso presente y un futuro que siento aterrador.
Ese papel. Ese papel es quizás lo más valioso que me queda.
Asiento a lo que me dice. Asiento a los gastos. Le digo el DNI. Firmó aquí y allá. Ojalá ya hubiese pasado todo. Ojalá nunca hubiera pasado nada. Ojalá...
Pero la realidad está ahí, en mi casa, a mi alrededor, tirada por los mismos suelos que correteaba ayer, jugando la mañana de Reyes. Ayer digo. Habré muerto medio docena de veces desde entonces. Pero no han bastado porque sigo aquí. Y quisiera no estar. Fingiendo para sobrevivir un poco más ante todo lo horrible.
No hay nada más complicado que fingir estar bien. No nací para actor, no nací para aparentar. Aunque no haya hecho otra cosa en toda mi vida que vivir en otras vidas. Vidas de personajes inventados para huir lejos de la realidad, siempre.
Pero, al final, todos los títeres se mueven con las mismas manos.
Me agacho y recojo otro papel. Algo que alguien decidió guardar, algo que fue importante para alguien que ya no está. Y allí hay una postal, y ahí ropa vieja. Desechos. Objetos de vidas paralelas.
De los que se fueron para no volver solo nos quedan los recuerdos. Pero incluso los recuerdos son frágiles y se modifican.
La memoria es traicionera.
Las cosas no.
Ese par de zapatos siempre fueron un par de zapatos. Y lo seguirán siendo para siempre….
Tampoco las desgracias duran para siempre, dicen. Pero de algún modo sí. Dentro de uno, en lo profundo, en lo oscuro, agazapado para asaltarte a la mente cuando no lo esperas. Dispuestos a herir por herir. Y vuelven, recurrentes como la orilla a la mar.
Para la gente insignificante, como yo, nuestra entera existencia es tan emocionante como la de un grano de arena en la playa. Y sin embargo nos creemos el Sol. Y cuando alguna desgracia nos asalta, la incomprensión nos sacude la rutina porque nuestra realidad no coincide con “nuestra realidad”.
Aun así, hay gente que sabe cómo actuar ante estas situaciones. Gente con entereza, gente que se sobrepone como puede y sigue adelante. Hay humanos que sobreviven a verdaderos horrores.
Pero claramente, yo no.
Yo ya me desmorono por una nimiedad, en segundos. Y situaciones corrientes para los demás, para mí son impensables. El terror y la ansiedad me paralizan por completo y asisto, casi como espectador, a mi propia desgracia e inoperancia. A fin de cuentas, resulto un completo inútil para la realidad. Solo en la ficción me siento seguro.
Así que imagino que nada ocurrió en realidad, o sí ocurrió, fue en una realidad que tiene otras de paralelas; así que hay otras vías para sobrellevarlo y seguir, sin esperanza de encontrar esperanza. Solo por seguir, porque es el camino más fácil, el que hace pendiente.
Y no se llevaron nada de valor porque no supieron ver el valor de lo que desechaban. Y, reflexionando fríamente, tampoco me dejaron el miedo. El miedo ya lo tenía de antes. Desde las mañanas de los juguetes de los Reyes Magos, en realidad…
Solo que ahora tengo más.
._.
Fue escrito con el siguiente set musical:
Sether & Amy Lee - Broken
Rammstein - Ohne Dich
Linkin Park - Numb
Marilyn Manson - Running to the Edge of the World
BabyMetal - No rain, no rainbow
Sólo puedo enviarte un abrazo y... poco más, creo.
ResponderEliminarQue todos somos supervivientes. Menos los del tanatorio.
https://www.lavanguardia.com/lacontra/20190925/47623682049/somos-supervivientes-del-trauma.html
:-***
^-^ gracias.
EliminarEl que se queda sufre, el que se fue ya no.
Gracias. Somo gente sensible en un mundo hostil :(
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